“AMLO reaparece… y los de siempre se desbocan”
OLOR A DINERO
Por: Feliciano J. Espriella
La reaparición pública de López Obrador con su libro Grandeza desató una semana de lecturas maliciosas, histerias mediáticas y ataques concertados. Aquí analizo cómo se cumplió —punto por punto— lo que anticipé el mismo domingo por la noche.
El pasado domingo, mientras veía en YouTube el video de Andrés Manuel López Obrador sobre la presentación de su libro Grandeza, le dije a mi compañera de vida algo que, a estas alturas, ya es casi un reflejo periodístico, comenté: “Ya tiene carnita la oposición y la ultraderecha para atacar de nuevo a la 4T. Mañana y toda la semana se van a ir con todo.” Pero no sólo eso. Le anticipé, con absoluta claridad, los dos caminos por los que se irían los llamados “analistas”: el primero —el minoritario— diría que López Obrador reapareció para apuntalar a la presidenta porque supuestamente está cayendo en las preferencias y ya no puede con tantos problemas. El segundo —el mayoritario, el más rentable para generar ruido— aseguraría que el video no fue mensaje editorial, sino advertencia: “acalambrar a Sheinbaum”, recordarle “quién manda”, marcar territorio. A dos días del suceso, lo confirmo sin regodeo: no me equivoqué. Los sicarios de la pluma empezaron desde el lunes con su narrativa sincronizada. No hubo análisis, hubo diagnóstico de consigna.
Lunes: la reapertura del expediente AMLO
El primer día, Ricardo Raphael se concentró en la tesis central del libro Grandeza, acusando a López Obrador de reescribir el pasado prehispánico para legitimar la causa de Morena y presentarse como figura casi profética. Su lectura, profundamente ideológica, abrió la puerta a la acusación de “manipulador histórico”.
Ciro Gómez Leyva, más refinado, prefirió interpretar el video como un “regreso simbólico” para respaldar a Sheinbaum. En su planteamiento, AMLO vuelve no para orientar, sino para vigilar. No muerde, pero gruñe. Una narrativa funcional para alimentar el eterno fantasma del “poder detrás del poder”.
Salvador García Soto también se subió a la idea del “acto de poder”. Para él, la reaparición no sólo confirma la influencia del expresidente, sino que hace evidente una retirada “a medias”, con la puerta siempre entornada para volver. La insinuación es la misma: que López Obrador jamás se fue.
Martes: los cuchillos largos
El martes fue, literalmente, un festival de navajas.
Joaquín López Dóriga escribió que López Obrador no se retiró; se atrincheró. Que su mensaje es un retiro “condicionado” que lo coloca como líder insustituible, vigilante, esperando cualquier señal para reaparecer como salvador. La tesis es vieja, pero siempre útil: AMLO como sombra permanente.
Carlos Loret de Mola, fiel a su estilo incendiario, denunció que la reaparición en video “reduce a Sheinbaum” a un papel secundario y deja abiertas las condiciones para retomar el control político. El mensaje subyacente: la presidenta está rebasada y necesita al patriarca.
Leo Zuckermann remató con una lectura que, aunque elaborada, repite el mismo patrón: que López Obrador fija condiciones de retorno tan abstractas que, en realidad, está diciendo “no me voy”. Para él, esto eclipsa a la presidenta y confirma un supuesto afán de protagonismo.
Pascal Beltrán del Río cerró la jornada señalando que el video es una intervención política disfrazada de retiro y reafirma a AMLO como “vigilante supremo” de la 4T.
Y entre todo ese coro, un segundo frente: la confesión de Guzmán López, retomada por Salvador García Soto, que sirvió como coartada perfecta para revivir sospechas, reabrir debates y aprovechar el contexto para golpear al gobierno desde otro frente narrativo.
¿Qué nos dice todo esto?
Que no hubo sorpresa. Que el guión estaba escrito antes de que el video existiera. Que la reacción de los opinadores confirma que López Obrador sigue siendo el eje sobre el que gira —obsesiva y rentablemente— buena parte del discurso opositor y mediático. En el fondo, el análisis serio quedó sepultado bajo el mismo instinto de siempre: convertir cada palabra de López Obrador en un arma arrojadiza contra la presidenta Sheinbaum, aunque para ello tengan que inventar motivaciones, manipular contextos o exagerar lecturas.
La pregunta no es por qué reapareció AMLO. La pregunta es por qué —cada que reaparece— una buena parte de la comentocracia entra en pánico, como si necesitara que el expresidente permanezca en silencio para poder seguir sosteniendo sus narrativas.
Por eso, lo dije el domingo y lo sostengo hoy: no fue Grandeza, fue Gran histeria.
Por hoy fue todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima.

